Skip to main content

Influenciado por Vázquez Montalbán, la comida tiene un papel principal en el retrato de la sociedad cubana actual, marcada por el racionamiento de algunos alimentos

 

El escritor cubano Leonardo Padura visita Barcelona el sábado 11 de febrero en el marco del festival BCNegra y esto nos impulsa a definirlo como uno de los máximos exponentes del género policial en castellano, con una decena de libros protagonizados por el inspector y luego librero Mario Conde, aunque lo cierto es que su prosa va más allá de asesinos y asesinados; de investigadores e investigados. Padura escribe sobre la vida, sin más, y esto lo abarca todo. También la relación de los cubanos con la comida, que se mueve entre el placer y la escasez, entre la utopía y la cruda realidad, como un potente reflejo de lo que ha sido la isla caribeña desde que unos barbudos bajaron de las montañas hace más de 60 años.

Valga como ejemplo la ‘broma’ que sufre Conde (ya en plena sesentena), al principio de la novela recientemente publicada ‘Personas decentes’. Con la cabeza todavía dándole vueltas a un crimen que acaba de conocer y que le han propuesto investigar de manera extraoficial, acude a comentar la jugada a casa de su amigo donde la madre anciana de este, Josefina, le anuncia que está preparando una de sus comidas ‘imposibles’: una garbanzada, un plato de origen canario en el que se guisa la legumbre con verduras, patatas, chorizo, panceta y costillas de cerdo, si alguna vez es posible juntar todos estos ingredientes. Todo bien regado con aceite de oliva virgen extra. El diálogo va más o menos así:

–¡Ay, ay! ¿Virgen extra? ¿Italiano o griego?

–Qué va. De Jaén. El mejor. Fue el que vino este mes por la libreta.

– Gracias, Jose, eres la mejor y la más completa –casi gritó el Conde y se volteó hacia Carlos—. Oye, Flaco, ahora sí se fundió la vieja… ¿Virgen extra por la libreta de abastecimiento

–Coño, Conde, siempre caes en la trampa… ¿Dónde coño has visto tú ese virgen extra en este país?

–Qué cabrona esta señora de la cuarta edad…

 

Como a buen detective forjado bajo la influencia del Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán, a Mario Conde le encanta comer y beber bien. La diferencia es que no siempre tiene la posibilidad y, por eso, hay que aprovecharla al máximo si aparece. Como cuando le ofrecen el ‘trabajillo’ extra de ejercer de discreto vigilante en un club nocturno de La Habana y, para acabar de convencerlo, le tientan con un bocadillo que, fuera de la isla, se suele conocer como un sándwich cubano: bistec de cerdo marinado, jamón cocido, queso, pepinillos, mantequilla y mostaza. Ni que decir tiene que acaba aceptando el encargo, seguramente más atraído por la promesa de futuros bocados suculentos que por los cuatro pesos convertibles que pueda añadir a sus ingresos mensuales.

 

El problema del abastecimiento en Cuba

Y así, camuflado entre la investigación de un misterio, Padura nos habla del racionamiento de alimentos en Cuba y la escasez de algunos productos básicos. Sea por la ineficacia de las políticas agroalimentarias del Gobierno o por los efectos del bloqueo estadounidense, da igual, porque quienes sufren de la falta de productos en las tiendas tampoco ganan nada en planteárselo. La potencia del relato de Padura es que está escrito desde las mismas calles de La Habana –no desde un lejano exilio, si bien tiene también la nacionalidad española desde hace una década–, por lo que el lector occidental debe dejar de lado sus apriorismos en cuanto a la cuestión cubana y simplemente dejarse llevar en ese viaje exploratorio.

La crítica social de Padura apunta también a las desigualdades que parecen inherentes al ser humano, y lo hace intercalando dos tiempos narrativos: en la Cuba actual y en la de principios del siglo XX bajo el protectorado americano tras la independencia de España. En ambos casos, hay quien puede permitirse un ron añejo de Bacardí y otros que se dejan el sueldo de una semana con una simple cerveza. Demasiados “comemierdas” por todas partes, tal y como Padura le hace decir a menudo a Conde.

Eso sí, siempre quedan alegrías, como un paseo por el Malecón, una velada con los amigos bajo las estrellas en una suave noche habanera, un café molido, el son y el rock’n’roll, la sensualidad explosiva cubana, escribir cuatro líneas con su vieja máquina de escribir, resolver un misterio y, por supuesto, comer y beber lo mejor que se pueda, si bien la edad del personaje (y suponemos que del autor) comienza a recomendar cierta moderación. Aunque no creo que Mario Conde esté precisamente de acuerdo con esto último.

Artículo publicado en El Periódico de Catalunya.

Fotografía: Ajuntament de Barcelona.