Siempre me han fascinado los detectives de novela. Personalidad de hierro, poco aprecio por la autoridad, empatía con el débil, talento para nadar a contracorriente y esa habilidad innata para crear metáforas tan afiladas como una maquinilla de afeitar recién estrenada. Son brillantes, duros, tenaces, ingeniosos, cínicos, íntegros, carismáticos… Pero hay una cosa que siempre me he preguntado: ¿cómo han llegado a ser así? Quizás ya les viene de serie. O no, tal vez han tenido buenos maestros o han ido mejorando con el tiempo. Eso nunca aparece en los libros. Seguramente porque a nadie le importa.
Sin embargo, a mí, Jordi Viassolo, sí que me importa. Porque hoy, con veinticinco años recién cumplidos, comienzo mi carrera como detective en la agencia Private Eye gracias a un generoso contrato de becario de dos meses, con un sueldo de doscientos cincuenta euros, sin alta en la Seguridad Social y con escasas posibilidades de continuidad tras el verano, periodo al que se circunscribe dicha colaboración.
Aunque el problema no es este.
El problema es que no soy extremadamente inteligente, ni atrevido, ni insolente, ni rebelde, ni mucho menos duro. Tampoco tengo una personalidad arrolladora y hasta ahora siempre he intentado no meterme en líos. De hecho, soy bastante inseguro, cosa que no juega muy a mi favor a la hora de convertirme en un implacable sabueso. Pero estoy trabajando en ello, de verdad.
Voy pensando en esto mientras subo por las escaleras de la estación de metro de Marina y pongo rumbo al Port Olímpic, uno de los epicentros de la Barcelona turística, que a principios de julio se encuentra en plena efervescencia.
Llego allí después de caminar un cuarto de hora bajo el sol, soportando además el pegajoso bochorno que invade la ciudad en esta época y que supone añadir a tu propio peso veinte kilos de más. Para sacárselo de encima, algunos turistas giran a la derecha para bañarse en la playa de la Barceloneta. Otros prefieren ir hacia la izquierda, en busca de la Nova Icària. Sea como sea, todos tendrán que pelearse por un trozo de Mediterráneo. Eso si las medusas o esa espumita que aparece de vez en cuando sobre la superficie del agua lo permiten, claro.
Mi destino, en cambio, se encuentra en el piso 22 de una de las torres que presiden la zona (la de la izquierda), donde están situadas las oficinas de la agencia.
Soy consciente de que, a priori, mi carácter no augura un futuro brillante en el sector, pero en mi defensa diré que estoy a punto de sacarme el grado de Investigación Privada de la Universitat de Barcelona con relativa facilidad (solo me queda una asignatura por aprobar, la de grafología). Tengo capacidad de observación, soy creativo, honesto y estoy muy motivado, sobre todo porque soy un fanático de la novela negra.
No obstante, la confusión propia de la adolescencia me llevó a escoger la carrera de Periodismo antes que mi verdadera vocación. Pronto me di cuenta de mi error y solo fui capaz de sacarme el primer curso en dos años. Dejé los estudios y empecé a vagar entre empleos temporales mal pagados: teleoperador, repartidor de comida a domicilio o dependiente en la librería de El Corte Inglés de la plaza de Catalunya. Hasta que decidí, por una vez, seguir mi instinto.